viernes, 21 de octubre de 2011

El amor en los tiempos del odio

Por Noelia Montero, Mauro Gonzales y Mariano Gentile.

La tendencia a formar alianzas políticas en época de elecciones se volvió cada vez más frecuente. Los intereses de cada partido juegan un rol fundamental en un escenario donde no siempre el más grande se come al más chico.

A partir de 1989 los partidos políticos comenzaron a debilitarse y a sufrir una crisis de representación. En la evolución del sistema político nacional se empezaron a vislumbrar signos de transformación que expresaban la nueva tendencia: el desinterés ciudadano. La profundización de la crisis en las identidades políticas se reflejó en la falta de adhesión para con los partidos políticos tradicionales que se tradujo en la disminución de votos por parte de los habitantes.

Si bien los partidos más representativos mantienen su rol de protagonistas, el debilitamiento estuvo sujeto de manera directa con el hecho de que la actividad política no estaba necesariamente ligada a enfrentar alternativas antagónicas. Esto implicó que los viejos partidos ya no funcionaban y el motivo de que la gente no se sintiera identificada agudizaba la crisis de representatividad. A su vez, los partidos tradicionales sufrieron un fuerte desprestigio que favoreció el nacimiento de nuevos liderazgos, muchos de los cuales provenían desde fuera del aparato de estos.

El politólogo Juan Pablo Micozzi aseguró que “es imperioso buscar aliados para no caerse” y agregó: “Los partidos de mayor envergadura debieron inclinarse a reducir el campo de las diferencias y optar por un marco ideológico más amplio para poder captar un sector del electorado que les es ajeno”.

La otra cara de la moneda son los partidos chicos que, a través de las coaliciones, buscan fortalecerse, aumentar su escaso caudal de votos y además incrementar sus arcas. A sabiendas de que no va a tener un lugar central en la alianza, la consecuencia más significativa es que pasará a convertirse en una máquina al servicio del candidato estrella.

Un candidato que, según Micozzi, “reúne y potencia las capacidades representativas y confiere así unidad al cuerpo político”. Tal fue el caso de Carlos Menem cuando ganó las elecciones presidenciales en 1989 al mando del Frente Justicialista Popular.

También conocido como FREJUPO, la coalición estuvo integrada por: el Partido Justicialista (PJ), el Partido Demócrata Cristiano y el Partido Socialista Auténtico (PSA) entre otros. En esta ocasión el resultado fue óptimo y la confluencia de poderes les permitió obtener el 47,49 por ciento de los votos.

Distinto fue el caso de la dupla Cristina Fernández y Julio Cobos que estaba conformada por dos polos opuestos que, si bien en algún momento tuvieron intereses en común, las pequeñas diferencias generaron una ruptura irreparable entre ambos.

La modalidad de conformar alianzas es ambigua. La historia refleja que cualquier resultado es posible y no hay predicción que valga. Por tal motivo, los partidos tratan de poder combatir la ampliación de la brecha entre las propuestas políticas y las demandas de una sociedad que amenaza con la posibilidad de diluir la credibilidad en el sistema.

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